Fachada de la iglesia del monasterio de las Trinitarias Descalzas de la calle de Lope de Vega de Madrid, donde está enterrado Miguel de Cervantes.
El viejo ayuntamiento de San Fernando de Henares antes de la remodelación realizada en 1985. Al lado, el espacio de la plaza de España, cuya suerte, si alguien no lo remedia, puede correr pareja a lo que pudo suceder con las cenizas de Cervantes en 1932.
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Hacia el otoño de 1932, el gobierno de la República hubo de enfrentarse a un grave dilema, bueno, no fue el único como es sabido. La Academia de la Lengua (entonces se suprimió lo de Real por razones obvias) se dirigió al presidente de la República D. Niceto ALCALÁ ZAMORA, con objeto de que intercediera ante el propio gobierno para evitar que fueran adjudicadas las cenizas de Cervantes, a causa de un embargo de todo el edificio del convento claustral de las Trinitarias Descalzas de la castiza calle de Cantarranas (así se llamaba la calle entonces). Efectivamente, a causa del impago de los impuestos girados por hacienda, el edificio iba a ser adjudicado en pública subasta al mejor postor, y con el edificio los restos del insigne príncipe de las letras.
Ocurre que nunca hemos sido muy cuidadosos con los restos mortales de nuestros mejores hombres de letras y artistas, y un buen puñado de ellos fueron enterrados en sepulturas comunes, donde finalmente acabaron perdiéndose sus restos en medio del marasmo de huesos y cenizas colectivas. Así ocurrió, además de con Cervantes, con Quevedo y con Velázquez. Así pues, y ante la imposibilidad de distinguir unos restos de otros, el convento de la Trinitarias sería adjudicado al mejor postor en pública subasta, y si bien las monjas iban a ser exclaustradas, no así las cenizas de Cervantes que serían adjudicadas también con el edificio.
Titubeó el gobierno que, en mayoría, se mostraron indiferentes, incluido Azaña que era, además de paisano de Cervantes, "vecino" frente con frente de la calle de la Imágen en Alcalá de Henares (1). Solo la intervención in extremis del ministro de Haicenda Carner, evitó que el convento y con él las cenizas de Cervantes, fueran subastadas y entregadas a algún postor poco escrupuloso.
Pues bien, algo parecido puede suceder con nuestra ya desdichada plaza de España, cuyos embargos se le acumulan desde que a nuestro insigne Alcalde se le ocurriera la insólita idea de aportarla al capital social de una sociedad mercantil, en una de las alcaldadas más sonadas que pueda nadie imaginarse.
En efecto, sobre la que era nuestra plaza más emblemática, la plaza de España, están cayendo uno tras otro varios embargos, cuyas órdenes judiciales pesan como una losa que no será posible levantar. Primero la hacienda regional (dos embargos por impago de impuestos). Después un embargo instado por PERSIAN BOLD SL, una mercantil vinculada a los propietarios de WOODMAN SL, es decir, los gerentes de PLAZA DE ESPAÑA SAN FERNANDO SL. Y, finalmente, un embargo procedente de un procedimiento cambiario instado por ORTIZ CONSTRUCCIONES SL, una de las empresas constructoras, y cuyo monto, según lo ordenado por el juzgado número 2 de Coslada, asciende a más de 9 millones de euros.
Ciertamente, si alguien no lo remedia, la que era nuestra plaza de España correrá la misma suerte que las cenizas de Cervantes, con la diferencia de que ahora ningún ministro de Hacienda podrá salvarla. Son ya más de diez lo millones que acumula la plaza de España en concepto de medidas cautelares de embargo. Lo asombroso es que a sabiendas de la existencia de estos embargos, en la junta de 19 de junio último, los miembros de IU allí presentes acordaron la segregación y adjudicación de la plaza. Eso tiene un nombre bien definido en nuestras leyes.
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(1) Fue precisamente el padre de Azaña que era notario en Alcalá de Henares, quien en el año 1888 formalizó la escritura de cesión del Real Patrimonio de la Corona al municipio (entonces se llamaba San Fernando de Jarama), de los bienes, calles y paseos que poseía en nuestro municipio. Y entre esos bienes, la plaza de España. Y con el expreso mandato de mantenerla y conservarla. No puede decirse que hayamos cumplido aquel acuerdo.
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